sábado, 5 de marzo de 2016

¿Es posible demostrar la existencia de Dios?


Nos hacemos ahora la pregunta eterna. Nos preguntamos en efecto si es posible demostrar la existencia de Dios. Y ciertamente lo es, sin la menor duda. No en términos científicos, empíricos, positivos o matemáticos, no como proceden las ciencias naturales en sus ámbitos de estudio, pero sí en términos puramente racionales. Demostrar no es otra cosa que mostrar con razones. Y mostrar algo es manifestarlo, ponerlo a la vista, enseñarlo o señalarlo para que se vea, porque Dios, como sabemos, no es evidente. De esta manera, para demostrar a Dios hay que darlo a conocer. Y para darlo a conocer nos valemos de vías o pruebas que dan certeza de su existencia.


Consideremos entonces dos hechos:
  1. El hombre es capaz de conocer.
  2. La realidad, que es lo que el hombre conoce, es a su vez cognoscible.
Dicho esto, el siguiente paso natural es preguntarse: ¿Cómo conoce el hombre? El hombre conoce de múltiples maneras, no sólo a través de sus sentidos. Y uno de estos modos de conocimiento, como decíamos, es el uso de su facultad racional. ¿Cómo conoce, pues, el hombre a Dios? ¿Cómo se produce el hallazgo humano de Dios?
  1. Por lo que el hombre tiene a su alcance (los seres creados).
  2. Por lo que Dios ha revelado de sí mismo.
A estas revelaciones se las llama natural y sobrenatural respectivamente. La primera, que es la que ahora nos interesa, es el conocimiento que el hombre tiene de Dios a partir de las cosas creadas, y este conocimiento puede ser alcanzado por cualquiera a partir de su inteligencia natural. Así, se alcanza certidumbre del que se ha llamado «Dios de los filósofos», pues quien se plantea con honradez el sentido de la vida y de lo manifiesto a nuestros sentidos encuentra con sus propios medios a este ser infinito y eterno llamado Dios. Es éste el Dios de los metafísicos, el primer motor de Aristóteles, el Ser Necesario; en definitiva, el creador de todas las cosas. 

Las vías o pruebas de la existencia de Dios muestran su necesidad sin objeciones. La existencia de Dios, como se demuestra en los artículos destinados a ello, no admite problema.

Pero éste es un conocimiento de Dios todavía muy incompleto. Su conocimiento natural es en realidad la antesala del conocimiento sobrenatural que Dios nos ha brindado. Puede conocer el hombre a Dios con su razón natural, pero no sabe mucho más por este medio. La inteligencia humana no alcanza por sí sola a descubrir cómo es ese Dios, cuál es su naturaleza, si es bueno o malo, por qué ha creado las cosas y qué importancia les otorga, si es que le otorga alguna. Por consiguiente, este último conocimiento, el del carácter personal de Dios, sólo se adquiere mediante la fe, respondiendo a esa revelación que excede nuestra facultad racional, y que se conoce como revelación sobrenatural.

Por eso afirma Santiago que los demonios también creen en Dios y tiemblan de miedo. El matiz aquí es fundamental. Los demonios creen en el sentido de que saben que Dios existe, y por eso le hacen la guerra, no creen, por el contrario, que deban obedecer a Dios en lo más mínimo. Porque la creencia en la existencia de Dios no compromete a la persona, ya que es un conocimiento que todos pueden alcanzar; la fe se expresa en cambio en el seguimiento, en la fidelidad, en la respuesta a la revelación sobrenatural. Pero para seguir a Dios primero tendremos que conocerlo, saber a qué Dios seguir, descubrir quién es en realidad y cómo se llama. Estos datos, decíamos, son dados al hombre por medio de la revelación sobrenatural, y permiten dar un paso más en el conocimiento de Dios y por tanto en la relación entre Dios y el ser humano.

En otro momento habrá que indagar por qué el hombre repudia a Dios, por qué le es infiel, o por qué se resiste a creer en él (confiar en que sus caminos son caminos de dicha).

En fin, estas precisiones deberían ser suficientes para enfocar correctamente el problema. Aquí sólo se ha respondido a la pregunta del inicio, dando por supuesto que es posible demostrar la existencia de Dios de forma indudable. Hemos preparado por tanto el terreno, no demostrado su existencia todavía. Las vías o pruebas se descubren en otro sitio.

Reparemos finalmente en que el amor no puede ser demostrado tampoco a partir de ecuaciones más o menos complejas, ni con experimentos de laboratorio, ni forzado, sobornado o adquirido a buen precio. El amor implica un verdadero acto de fe. El novio no sabe «a ciencia cierta» si su novia le ama, tampoco la novia tiene conocimiento exacto, matemático o empírico en tal sentido. Pero ambos, con razones suficientes para creerse amados, aceptan la grandeza del amor y a él se abandonan, conscientes de su trascendencia y de su profundo misterio. Con Dios pasa lo mismo. Exactamente lo mismo. No en vano Dios es el Amor en grado sumo. No obstante, primero hay que prestar atención al mundo y descubrir que Dios existe; un paso posterior será conocer a este Dios y decidir si queremos establecer con él una relación personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario